En We will rock you la historia está ambientada en un futuro distópico donde la individualidad esta perseguida: la música y cualquier otra forma artística está totalmente prohibida. Llegará Galileo, un líder rebelde que logrará el regreso de la música a través del rock.
Brian May, guitarrista de Queen y coproductor de We will rock you, espera que el musical aterrice con la misma fuerza con la que lo hizo la película, y que probablemente, los fans del musical vayan con sus hijos a compartir con ellos la música del cuarteto británico.
En cine y televisión se le llama casting. En teatro y danza, audiciones. Y en ellas están depositados no sólo los sueños de cientos de artistas sino sus posibilidades de sustento. Miedo, ansiedad, frustración, nervios, felicidad, confianza, inseguridad
esos son los personajes centrales de toda audición, en la que cada postulante en forma individual o en grupos pasa a demostrar su talento en su estado más frágil frente a una mesa de creativos examinadores. Según sea una obra de texto o un musical, en esa mesa están el director, el coreógrafo, el director musical, el arreglador vocal, uno o dos productores y asistentes. Y aunque más fuertes, también ellos están ansiosos por encontrar al elenco soñado, sujetos a la posibilidad de error o triunfo.
En definitiva, el momento de una audición podría ser aterrador pero, a su vez, puede abrir la puerta de la oportunidad, y de mucho más también.
El musical batió records en Broadway: en 6137 funciones a lo largo de 15 años, 457 actores desfilaron por las ocho compañías que lo representaban. Generó más de 40 millones de dólares de ganancias.
La escena es más o menos así. El artista se presenta a la cita, que puede ser en el mismo teatro donde se estrenará el espectáculo o en alguna sala de ensayo. Y es probable que, cuando llegue, se encuentre con muchos otros colegas que aspiran al mismo trabajo, a la misma oportunidad. Depende de las dimensiones de la propuesta, posiblemente haya una cola de una cuadra o simplemente haya un grupo de talentos ante los cuales, el o la aspirante se sienta del tamaño de un ratón. Luego le darán un número y, si le va bien, probablemente tenga que regresar otro día para probarse una vez más, y otro, y otro, y otro
hasta que llegue el angustiante momento de la selección final.
Esa situación, multiplicada, es la que representa una obra que dio la vuelta al mundo y refleja como ninguna otra las vicisitudes, particularmente, del bailarín de teatro musical: A Chorus Line. Este maravilloso trabajo del coreógrafo estadounidense Michael Bennett batió récords en Broadway: en 6137 funciones a lo largo de 15 años, 457 actores desfilaron por las ocho compañías que lo representaban, generando más de 40 millones de dólares en ganancias. Durante mucho tiempo fue el musical más longevo de la escena teatral de Nueva York, hasta que fue vencida por Cats, en 1997 y, actualmente, El fantasma de la Ópera. En 1974, Bennett grabó las experiencias de un grupo de aspitantes a diversas obras de Broadway, les compró los derechos de esas historias y convenció a Joseph Papp de una asociación de teatro sin fines de lucro para que financie un taller donde se pudieran desarrollar esas historias en forma de musical. De ahí surgió este espectáculo sin estrellas, sin escenografía y casi sin argumento.
Uno de los bailarines que prestó sus anécdotas fue el autor Nicholas Dante. Inspiró al personaje de Paul, puerto riqueño que debutó en un show de drag-queens. James Kirkwood, un novelista, dramaturgo y ex actor, se encargó de condensar el material y dramatizarlo. Por su parte, un ejecutivo de Columbia Records: Edward Kleban fue el autor de las letras, en su debut en Broadway, al igual que el compositor Marvin Hamlisch (ganador de dos Oscar). Se estrenó el 15 de abril de 1975, en la pequeña sala del Public Theatre, de Nueva York, donde se cansaron de agotar localidades. Poco más de dos meses después se trasladó al Shubert, de Broadway. Luego de obtener críticas espectaculares, la obra se ganó todos los premios: el Pulitzer, el New York Drama Critics Award y nueve Tony. Para el mundo teatral significó muchísimo: que los «don nadies» del teatro pudieran triunfar entre los «pesos pesados». También pasó a la pantalla grande de la mano de Richard Attenborough, como director, y Michael Douglas, como protagonista.